Opinion

13.Mar.2017 / 04:49 pm / Comentarios desactivados en Hagamos de las redes sociales unas redes funcionales para la revolución. Por Carlos Maldonado

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Me gusta ver noticias de las cadenas dominantes internacionales y contrastarlas con las de medios alternativos que, aunque todavía no poseen la dimensión de las anteriores, han ido conquistando espacios significativos en el mundo informativo pues el público ha ido reconociendo en ellas su veracidad y su imparcialidad. Mientras, los grandes consorcios han ido tropezando con sus propias tergiversaciones, engaños y tendenciosidades pues es imposible ya, con tanto medio independiente y la presencia del internet que se ha extendido por medio de las redes sociales, que sus mentiras sigan imponiéndose.

Sin embargo, aún existe una enorme cantidad de seres humanos que aún considera verdades irrefutables muchas de esas informaciones sesgadas, máxime cuando están fabricadas para destruir gobiernos y líderes que no se someten a las directrices del titiritero mayor: EEUU. Pero, por qué sucede esto. Por qué en plena era de la información y las redes sociales, aún existe una gran cantidad de la humanidad que sigue siendo engañada.

Pues, porque hay una contradicción propia de la modernidad capitalista que tiene que ver con la existencia de una gran mayoría de la población mundial sin los beneficios de la información diversa proporcionados por las redes sociales por la inaccesibilidad a ellos dada su extrema pobreza y la ausencia de un mínimo de estudios primarios, a lo cual, hay que sumarle el bombardeo propagandístico al que estamos sometidos todos, pero que presenciamos impacta más en esa población más vulnerable económicamente hablando y la que, teniendo acceso a información privilegiada, no la reconoce como tal por la obnubilación que le ha provocado la información falsa, atractiva y frívola que pulula en la red manejada por los grandes consorcios capitalistas que encarnizadamente luchan por seguir conservando en la mente de los consumidores sus marcas, la cual al fin los iguala con los primeros al convertirlos en analfabetos funcionales.

De esa cuenta, las opiniones serias, profundas y reflexivas acerca de los temas de mayor trascendencia tales como la temporalidad del capitalismo, su declive y deterioro, la falacia de su éxito como forma de producir y distribuir, la contradicción entre la opulencia de unos poquísimos y la miseria de millones, el espejismo de su exuberancia, la guerra como su forma más terrible de relación y apropiación, el desequilibrio que ha fomentado en el planeta (cambio climático) y en el humano mismo, su espíritu ególatra y depredador, su futuro incierto, la necesidad de un cambio radical hacia otras formas de propiedad y consumo, etcétera, son pasadas por alto por mucha gente que sigue viendo en este sistema lo único valedero y por ende, lo que hay que reformar.

No obstante, esa actitud indiferente, la mayoría inconsciente, de los que esperan que la cosa vaya cambiando por sí misma hacia algo mejor dentro de lo mismo, basando, por ello, su esperanza en promesas mundanas de líderes oligarcas que ofrecen mejorías sustanciales para las masas depauperadas o, peor aún, en cambios extraterrenales, existe una pequeña porción que sabemos que los cambios los tenemos que empujar nosotros mismos, costándonos muchas veces la incomprensión de los coetáneos referidos al principio de este párrafo, la represión de los esbirros de los que no están interesados que nada cambie, la cárcel, el destierro o la vida misma.

No obstante, a pesar de esa inconsciencia masiva, vivimos tiempos revolucionarios, los vientos soplan trayéndonos esos aromas de nuestros propios parajes y de parajes de otras latitudes. El planeta está convulsionado y no es porque sean como pregonan otros más desorientados, señales del fin del mundo. Sino, porque este sistema está empezando a trabarse en sus propias contradicciones. Es algo económico.

El afán de sus transnacionales está fincado en prevalecer sobre sus competidoras a tal punto que para abaratar sus costos y aumentar sus ganancias es menester ubicar sus plantas productivas en zonas donde la fuerza de trabajo sea lo más barata posible, donde existan marcos jurídicos flexibles que permitan esa sobrexplotación de mano de obra y de recursos naturales y energéticos. Donde no se requiera de una inversión alta en capital constante y que no exista una regulación y fiscalización para sus capitales y ganancias.

Con esas facilidades, las ventajas de dichas transnacionales se resumen en una producción masiva de materias primas y en productos terminados (mercancías) las cuales inundan un mercado que, atendiendo la realidad descrita antes, no pueden ser adquiridas por los trabajadores sobreexplotados cuyos magros salarios apenas alcanzan para reproducirse a sí mismos y a sus familias, sino por los habitantes de pequeños islotes que al ritmo de esa dinámica, se van reduciendo en número, lo cual obviamente, reduce el consumo mundial. En palabras economicistas: la demanda. Esto, trae como corolario que la oferta sea mayor que esa demanda por tanto, lógicamente, supondrá un problema de baja rotación o paralización total de stocks de mercancías lo que en términos marxianos supondrá una gravísima crisis de sobreproducción lo que traerá como vagón de cola, la tendencia decreciente del capital a escala planetaria para todas las empresas.

¿Cómo atenderán los grandes consorcios esa tendencia decreciente? Hay dos formas: una, es otorgar mejores salarios a la clase trabajadora que vive en los suburbios de los países industrializados y, la segunda, a través de la guerra.

Con la primera, es con la que el señor Trump ganó la presidencia de EEUU, al prometer que devolvería la grandeza a (Norte) América, específicamente a su país, al contener la migración de las empresas gringas a otras latitudes para lo cual otorgará ventajas económicas como el no pago de impuestos para equilibrar la pérdida de plusvalía de éstas al no poder explotar mano de obra barata foránea. A la vez, frenando las olas migratorias de trabajadores especialmente latinoamericanos y entre estos, ciudadanos mexicanos que son la principal competencia para la fuerza laboral gringa y, paralelamente a ello, al no permitir que empresas extranjeras se posicionen fácilmente en suelo estadounidense para evitar la competencia a las nativas lo cual supone un uso férreo del proteccionismo en plena era de la globalización.

La segunda, es la utilización de la guerra como factor de tope a esa tendencia decreciente, lo cual le supone a esa oligarquía imperial, acelerar la industria militar que buenos réditos les ha dado en los últimos 70 años, promoviendo, según sus ideólogos, miles de nuevos puestos de trabajo en su territorio, elevando por lo mismo, el consumo y, por tanto dinamizando la economía. Y, en lo externo, conquistando nuevos territorios entre los que se cuentan sus recursos naturales y energéticos. Para ello, el anuncio del señor Trump, de inyectar al sector armamentista 54 mil millones de dólares.

Ahora bien, como en todo análisis dialéctico, toda acción tiene una reacción y toda dinámica lleva consigo sus propias contradicciones, nos planteamos la pregunta: ¿Qué cambios traerán esas acciones?

Obviamente, en lo primero, las industrias y empresas gringas tendrán un repunte en sus ganancias al no erogar en impuestos lo que supondrá que el gasto público financiado con esos gravámenes se verá constreñido teniendo que pagar, tanto por lo privatizado como por lo que no sea privatizado, la clase trabajadora que verán así diluidas sus mejoras salariales, lo que la retrotraerá al escenario primigenio. Asimismo, lo que dejaron de realizar los trabajadores latinos, los trabajadores gringos lo harán pero exigiendo mejoras salariales y exigiendo los beneficios propios de la seguridad social, lo que supondrá una merma en las ganancias de las empresas grandes y pequeñas y una mayor organización sindical para reclamar dichos beneficios. A eso, hay que sumarle la imposibilidad de frenar la inmigración que de una u otra manera seguirá llegando por la misma contradicción que supone para los capitalistas en su individualidad bajar sus costos de producción a través de la sobreexplotación y la baja salarial para vencer a la competencia, lo que significa que esos mismos empresarios fomentarán la inmigración ilegal con ese objetivo económico.

Con respecto, al proteccionismo, los países castigados con el cierre o mayores impuestos para acceder al mercado gringo, aplicarán medidas similares en relación a la producción estadounidense lo que significará que las empresas del norte, tengan que voltear sus ojos a otras latitudes como el sur que no podrá consumir esas producciones por esa misma precariedad a que ha sido sometida históricamente por el papel asignado de abastecedora de materias primas y, por lo mismo, exigua industrialización. Así que la competencia proveniente de las  potencias emergentes, especialmente Rusia, China y ahora, Irán, tendrá mejores ventajas con respecto al alicaído imperio dada la mejor relación que han venido construyendo con sus socios, tanto por los beneficios mutuos, como por una política exterior de respeto al no inmiscuirse en sus asuntos internos y el acato a su autodeterminación, dotándolas a cambio de la explotación racional de sus recursos de métodos, sistemas, maquinaria y tecnología de punta para su rápida industrialización (capital constante) con el objetivo de librarse de la dependencia de materias primas del subsuelo y de plantación, lo que a su vez, como consecuencia, irá transformando a su clase trabajadora en una clase más calificada, más diestra, más especializada y más educada (capital variable) tanto en el uso de tecnología de punta como en el dominio de la ciencia. Esto, con el aditamento que, bajo la perspectiva socialista, esta clase trabajadora debe transformarse en una organización revolucionaria que defienda los intereses no solo de su clase sino  los intereses nacionales, regionales y de la humanidad entera -Petrocaribe, la ALBA, Mercosur, Unasur, los países de sudoeste asiático aglutinados en su propia organización de libre comercio –ASEAN-, los que se beneficiarán de la Ruta de la Seda, los del triángulo de la Resistencia a raíz de la invasión a Siria (Rusia, China, Irán, Líbano y prontamente ya vencidas las bandas terroristas, la misma Siria), etcétera-, convirtiendo en zonas de competencia pujante a esas regiones y cuya matriz central será, como se vislumbra, el desarrollo humano donde el mercado sea solamente un mecanismo de intercambio de bienes y servicios, por tanto regulado por las directrices de sus estados participantes.

Por último, en relación a la guerra, los esfuerzos de contención a nivel planetario y conjunto han evitado que EEUU pudiera dar al trasto con un futuro que se ha ido construyendo a partir de revoluciones socialistas que han resultado parte aguas históricos de la humanidad, tales como la Revolución rusa de 1917 y la China de 1949. De allí, para nuestros días las bases materiales construidas por esos terremotos sociales han dado la pauta para configurar el planeta en función del desarrollo de la humanidad donde el capitalismo es ya un obstáculo, una rémora para ese propósito. De tal manera que, si el señor Trump y su séquito de atribulados pendencieros desean resucitar ese método se chocarán con una pared muy fuerte que amenaza con reducirlos a una potencia de tercera categoría.

Si realmente el señor Trump, desea convertir a Estados Unidos en una potencia cuya palabra sea escuchada en el seno de las naciones con respeto, no debe pensar en volver a ser la potencia depredadora y procuradora de miserias para otras naciones. Si realmente se cumple lo que dijo en su último discurso, que será el presidente de EEUU y no de otras naciones, va por buen camino y el mundo puede respirar más tranquilo. Empero, algo me hace sospechar cuando luego de esas palabras, estima necesario incrementar en 54 mil millones, como se mencionó anteriormente, el presupuesto para la industria armamentista. Realmente, espero que sea para la investigación científica y en la rama aeroespacial con fines pacíficos.

Mientras tanto, hago un serio llamado a los internautas para que en vez de postear fruslerías y otras frivolidades, naveguen a toda vela por el océano de valiosa información que representa la red social. Verán cómo se convertirán en autodidactas que podrán hacer una crítica profunda de la realidad, convirtiendo a su consciencia en el máximo reflejo de esa realidad objetiva y a sus personas ya dotadas de esa conciencia crítica en verdaderos revolucionarios.

Porque revolución en su acepción más profunda quiere decir un cambio radical de ideas.

 

Guillermo101262@hotmail.com